Geraldine Mac Burney

By | martes, octubre 14, 2014 1 comment

Geraldine Mac Burney
Poemas




A MI ABUELO


Mi abuelo se levantaba antes que los gallos cantaran,
antes que el sol se despertara como cervatillo de leva enfurecido.
Encendía el horno para hornear sueños antes que se fueran por las sombras,
antes que la noche los colgara eternamente en sus tendales.
Mi abuelo amasaba cometas de harina, de agua, de levadura, de sal.
Las estrellas del pueblo lo escuchaban cada noche
moldeando el cielo diurno entre sus manos.
Mezclaba la harina, el agua, los pelliscos a los cubos de levadura,
y amasaba con la misma persistencia con la que su abuelo
 picaba en las minas de carbón.
Sólo había un reposo mientras leudaba la masa. Entonces,
a escondidas de mi abuela,
fumaba bajo la alameda sintiendo sus dedos pequeños, adormecidos.
El humo volaba como bellotas de lana negra entre las hojas y el viento.
Después de unas horas, horneaba un bullicio de espigas. Esas eran sus campanas.
Germinaban los panes en las cestas de mimbre.
Cestas  en las que volaba  de niña como en aerolitos o platos voladores.
Mientras todos dormían la sacra siesta la vieja cuadra era la Vía Láctea.
Yo robaba cucharas, cuchillos, tenedores de las alacenas
para revolver la tierra y el agua, picar hojas,
hornear en el fogón del patio el batallón de tortas preparadas.
Después,  iba a tomar el té, como si nada.
Comía como un ratón sólo la miga de la galleta untada con manteca.
El abuelo me hamacaba bajo los parrales,
extensos telares de pájaros hambrientos.
Y así acontecían los días en un pueblo fuera de esferas.
En aquel entonces, hacía unos meses - o un calendario-
que terminaba de aprender a andar en bicicleta.
Aunque aún me caía sobre los rosales y me levantaba entre espinas,
mi abuelo había sacado las rueditas. Las guardaba como souvenir en la despensa.
Todavía recuerdo la última tarde que caminamos juntos...

A menudo desentierro recuerdos como niños vivos.
Recuerdo que sólo había un reposo mientras leudaba la masa.
Recuerdo que fumaba a escondidas de la abuela.
Fumaba bajo la alameda y el humo volaba como bellotas de lana negra.
Cuando niña pensaba que se había ido.
Mi madre no quería que lo viera muerto.
Hoy he visto pasar a un hombre parecido a él.
-A veces el viento es fecundo cartero-.
Hoy he visto pasar a un hombre como él. Y la noche es más espesa.
Y mi abuela duerme y lo sueña y lo encuentra
sin gobiernos ni leyes más que su luz
que da cuerda a nuestros corazones.
A veces pienso estas cosas
y me quedo en silencio.

Mi abuelo fue más que un hombre que madruga.
Mi abuelo escribió las partituras mismas de los sueños,
encendió las bombillas de las cosas perfectas,
los domingos de luz.
Y cuando me pregunten quien fue mi abuelo
les diré que mi abuelo es el sastre único de todas las luciérnagas.
 



EL CAÑADÓN DE LAS VIUDAS 


Hay un rumor de peras y membrillos hilando el perfume, la mañana.
Los tilos despiertan espíritus. Los perros ladran.
 Nosotros damos vuelta  los trazos de Dios
para ver mariposas durmiendo bajo tierra.
En mi pueblo, bajo tierra es un lugar,
 una colmena de azules cabelleras donde huyen seres de copetes estelados,
 donde se hunde la raíz profusa de la eternidad.
Hay pasos bajo tierra que por las noches desbaratan recuerdos en almohadas,
 grandes animales de piel humeante olvidando sus huesos rancios,
brillantes como monedas fosforecidas, ciempiés de plata.
Grandes animales de piel humeante que vienen a cazar la luz de cada sueño.
Los dientes tiemblan, el aire se oscurece.
Los perros ladran y el sol en su hosca cueva funeraria
finge dormir como un caracol blanco o un limón cobarde.
El Cañadón de las Viudas es un sombrero azul de grandes azucenas
donde las mujeres arrugadas aguardan cada noche la llegada de la primavera.
En el Cañadón de las Viudas hay un rumor de peras y membrillos
hilando el perfume, la mañana.
Los tilos despiertan espíritus. Los perros ladran.
 Las mujeres arrugan el sol
 para ver sus mariposas salir  desde lo más bajo de la tierra.
Yo viví en ese Cañadón   donde las mujeres cocinan por las noches
 mientras miran hacia afuera. Donde los niños fingen dormir,
donde las mujeres esperan mientras sus muertos levemente resucitan
como un panal de soles negros o escarabajos
emergiendo cada noche de la tierra.


LIEBRES


El verano llega al Cañadón. Las uvas tienden del parral.
Damascos y duraznos se estrellan maduros en la tierra.
Arañas duermen entre madreselvas y un silencio a siesta herrumbra la tarde.
Yo salgo al jardín para velar sombras de noches y días.
Mamá no está. Y papá pasó fugaz. Se fue como pájaro carguero.
Pero en el Cañadón las abuelas son eternas.
El Cañadón es una estación del pueblo custodiada por lomas,
 jarillas y calles de otro tiempo donde liebres corren sonámbulas,
donde la vida flota en el aire como detenida.
Pero la vida mana y me quedo niña y me quedo liebre.
Por las noches vuelven los hombres con sombra de conejo*.
Vuelven al cañadón  donde las abuelas son eternas.
Vuelven    y yo me quedo niña.
        Me quedo liebre.

* Sombra de conejo: Imagen perteneciente a Marosa Di Giorgio.



GERALDINE MAC BURNEY, poeta argentina nacida en Gaiman, Chubut, Argentina, en 1984. Creció en una colonia galesa situada en el Valle Inferior del Río Chubut. Culmina sus estudios de Derecho y Notariado en la Universidad Católica de Córdoba. Publicó el libro de poemas Vestal de Luna. Integra el grupo literario “Palpita el barro”.
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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Maestría para contagiar de sentimientos sublimes al mundo infinito de la poesía. Metáforas e imágenes impecablemente logradas. Un placer su lectura.