Poemas
PRIMERA PSICOFONÍA:
A LA CALAVERA DE YORICK
Hamlet.- Deja que la vea. (Coge la calavera.) ¡Ah pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio; era un hombre de una gracia infinita y de una fantasía portentosa. Mil veces me llevó a cuestas, y ahora, ¡qué horror siento al recordarlo!, a su vista se me revuelve el estómago. Aquí pendían esos labios que yo he besado no sé cuántas veces. ¿Qué se hicieron de tus chanzas, tus piruetas, tus canciones, tus rasgos de buen humor, que hacían prorrumpir en una carcajada a toda la mesa? ¿Nada, ni un solo chiste siquiera para burlarte de tu propia muerte? ¿Qué haces ahí con la boca abierta?...
William Shakespeare, Hamlet, Príncipe de Dinamarca, acto V, escena I
1
¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento treinta y siete palabras
hablan de la muerte y cuántas de ellas nos consuelan con la resurrección?
Si es verdad, como dice el Evangelio de Juan, capítulo diecisiete, versículo diecisiete,
que Dios y sólo dios autoriza y garantiza la verdad del único Libro Sagrado,
¿por qué nos molestamos en leerlo tantas veces en voz alta y repetirlo
cada Domingo, cada Sabbat y cada fecha cercana al Ramadán?
Que se ocupe también de la llegada de la luz a las fronteras infrarrojas,
que anule, sosegadamente, la mutación de la ceguera en Efecto Doppler.
¿No sería mejor rezumar esas dudas en el silencio de alguna jaculatoria,
antes que empaparlas con tres millones quinientas sesenta y seis mil
cuatrocientas ochenta y nueve letras de pura especulación religiosa,
un poco de esperanza y, sin duda, toneladas de autocomplacencia?
¿Para qué escribimos nuevamente la crónica de la Noche Triste, si fue dichosa,
y si Hernán Cortés se quedó de todas maneras con más de una Malintzin
y si hemos vuelto a incinerar las carabelas cada vez que hallamos dudas?
Para qué, si no es para escribir un Canto General, travestido, que nos nombre,
mejor que los legajos borroneados por las manos de un cronista semi-analfabeta.
No te digo que no cantes, no silbes, no escupas tu verdad, de todas formas lo harías,
porque nuestras convicciones determinan la certeza y el error en igual medida.
Apenas te pido que pongas de nuevo tus labios en el lugar donde los dejó mi último beso,
sobre tus dientes y maxilares calcinados, casi impertérritos, que levemente me hablan.
¡Anda, Yorick, despierta! Como regresan las bellas durmientes del encanto de la muerte,
sin necesidad de conjuros, con palabras que labren el aire con incertidumbre y terror.
Recuerda que encargamos la preparación del vino de las consagraciones a un sacerdote,
al más inepto de todo el colegio dedicado a proteger las palabras del olvido y el silencio,
al idiota de la familia, que no sabe ni siquiera su propio nombre y duda de sí mismo todo el tiempo,
y sin embargo inventa motes y apellidos insultantes para todos sus amigos y parientes.
Les encargamos la propagación de nuestras sombras, amado Yorick, a los poetas,
como si no fuera suficiente encargarles también el peso muerto de sus propios cuerpos.
Algo tendremos que hacer, mi querido bufón, para librarnos de la acidia y de su labia,
tan mala compañía como el cigarro encendido en la boca del condenado a fusilamiento,
y así de redundantes y así de prepotentes y así de inofensivos estos versos,
cada vez que nacen, cada vez que habitan, cada vez que a alguien se le ocurre recitar:
“¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento treinta y siete palabras
hablan de la muerte y cuántas de ellas nos consuelan con la resurrección?”
Por supuesto, no lo sabes, porque entonces, no habrías muerto y estarías provocando
explosiones de risa en este íntimo auditorio, donde sólo se escuchan bostezos y,
muy de vez en cuando, alguno que otro gemido, alguno que otro llanto…
2
Recuerdo que alguna vez, borracho, vomitaste en las faldas del Rey, nuestro padre,
como un demonio que paría por la boca a los ángeles exterminadores del Apocalipsis.
Recuerdo que aquella vez fue la única que el Rey, nuestro puto padre, no te perdonó
por haber nacido necio, por haber nacido tonto, por haber nacido mucho más hermoso que él.
Aquella noche de juerga intensa, amado Yorick, fue tu última función en la corte danesa.
Al día siguiente tu cuerpo pendía hinchado y sin vida de una almena de la Torre del Desahucio.
“¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento treinta y siete palabras
hablan de la muerte y cuántas de ellas nos consuelan con la resurrección?”:
Estas letanías, bufón de la infancia fugaz, no son mías, recuerda que tú las pronunciabas
como un trabalenguas infinito que nos ponía a todos a dudar de tu aspecto de duende idiota.
“Los enanos tenemos la verga más grande que el dueño del circo”, decías al vernos así,
boquiabiertos, babeando, pensando en esa cifra imposible de la Biblia del inglés enemigo.
A pesar de tu estatura, siempre fuiste, tú, el gran Yorick, el payaso, el que amó a su verdugo,
como un perro de caza que aprendió a dormir en la cama de su amo y atrofió el olfato.
¿Será que así mismo son los poetas de todos los reinos perdidos, de todos los mares lejanos,
menudos pervertidos que enseñan a las vírgenes de las asambleas a reírse de sí mismas
y a encontrar entre sus piernas o sus senos la condición degradante de heredar la muerte
a quienes más se llega a amar, a quienes más se aparta de dolencias, a los hijos?
Porque los hermanos diminutos de los parlamentarios, los poetas, los ilustres inicuos,
como tú, como yo, mi difunto mellizo, somos cebo de políticos que dicen que debemos
ordenar este mundo y lustrarlo con palabras que discutan de justicia social y morales
intachables, que se puedan vender en las calles, como anuncios de humana integridad:
“Compre cerveza nacional, apoye a la patria; consuma cigarrillo local, respire nación;
lea versos y novelas que reintegren al sirviente y al esclavo a los Estados de confort;
oiga, poeta; oiga, pintor; óigame, señor artista de nuestro ilustre país, se lo advierto:
Si no talla el rostro del poder o la miseria que produce no le erigiré ningún monumento”.
Sigamos riendo, lúdico animal de pene enorme, de risa estentórea y temeraria,
que nos condenen los que escriben para el vulgo, para el analfabeta que nunca lo leerá;
que nos repudien también quienes escriben para el burgués, a quien la poesía le apesta.
Sigamos escribiendo, Calavera, para los demás esqueletos de este bello cementerio.
¿Sabes cuántas veces aparece la palabra Amén en la Biblia del Rey Jorge?
¿Sabes cuántas de sus setecientas ochenta y tres mil ciento treinta y siete palabras
hablan de la muerte y cuántas de ellas nos consuelan con la resurrección?
A mí, ya no me importa cuántas veces gimió el evangelista o fornicaron los predicadores.
Mucho menos me importará, de aquí en adelante, cuántos alguaciles de la verdadera,
de la absoluta necesidad, me increparán por evadir con mis palabras sus preguntas.
Gracias, cuerpo ausente, huesos pelados, carne reseca, postreros nutrientes del gusano,
por la libertad de no tener esperanza y por ello no deber al misterio el sentido de mi vida.
Sigue así, tan muerto como ahora, hermano Yorick. Mañana vendrán otros príncipes locos
a vengar la memoria de su padre infame, liquidado por la Matria puta, por la Ley del Hombre.
De: Poemas en una Jaula de Faraday, Quito, 2010.
QUINTA:
LA LLAMADA DEL MUECÍN
A quienes se interesan sólo por el presente,
a los que piensan sólo en el futuro, desde
la Torre del Silencio grita un muecín: «Sois necios.
El día de mañana será igual al de hoy».
Omar Kayam, Rubaiyat, 156
PRIMER SURA
La sensación de poseer cuanto percibes de este mundo no te engaña:
El mundo es pura persuasión de los sentidos, porque apenas lo presientes,
ya lo pierdes, ya lo olvidas... ¡Regocíjate, habitante, de tu dulce ineficacia!
No eres un dios encarcelado en una mueca de granito, de caliza ni de mármol.
Ningún dios que presuma de serlo podría decir que conoce su propia estatura
esculpida a la medida de los sumos sacerdotes y los miedos de la plebe.
Ningún fiel que lo venere cambiaría su ceguera, condición de santidad,
por un retrato fidedigno del señor de sus plegarias... ¡No te mires al espejo!
El mundo entero se abriría para ti como una caja de Pandora si pudieras
observar con esperanza la estampida irrefrenable de los seres que te amaron.
SEGUNDO SURA
El mundo es pura persuasión de los sentidos, porque apenas lo presientes,
ya lo pierdes, ya lo olvidas. ¡Regocíjate, habitante, de tu dulce ineficacia!
La vida pasa entre buscar sabiduría y preferir esta ignorancia saludable.
Y soplan los vientos y vuelan los pájaros: Quedan vacíos los nidos del árbol.
Entre tanto, nuestros dioses agonizan: Sus imágenes cubiertas con la mierda
de las aves, y la lluvia que las limpia desdibuja sus perfiles. Esas muertes
son las fallidas resurrecciones que nos esperan a la salida de cada templo.
La sensación de poseer cuanto percibes de este mundo no te engaña:
El mundo entero se abriría para ti como una caja de Pandora si pudieras
observar con alegría la estampida de los seres que te odiaron.
SÉPTIMO SURA
La mejores melodías son aquellas que enmudecen en la punta de la lengua,
después de sorprendernos ocupados en domar nuestras quimeras.
No eres nada, planta estéril, pretenciosa metonimia de las líricas hipócritas.
¡Mejor, cállate y aprende de la honesta confesión de los modernos!
Dame los frutos siempre maduros de lo imprevisto, que aquello que fuiste
no hubieras sido sin estas palabras que he pronunciado con tal displicencia.
¡Ya calla, planta estéril, que eres nada! Ya resígnate a triunfar cada mañana,
ya habrá tiempo de perder y de soñar otro final, que te deleite.
Ninguna de tus flores es fatal ni da semillas infalibles,
excepto las simientes del vacío, que cultivo sin tu ayuda.
OCTAVO SURA
No eres un dios encarcelado en una mueca de granito, de caliza ni de mármol.
Ningún dios que presuma de serlo podría decir que conoce su propia estatura
esculpida a la medida de los sumos sacerdotes y los miedos de la plebe.
Este flujo se disuelve en la marea que llamamos el pasado.
La primera mascota que tuve murió, precozmente, en mis brazos,
después de comer un puñado de plantas prohibidas del patio trasero.
Aquel cachorro convulsiona en mi morada, en ese bario de la infancia.
Sus estertores permanecen en los parques que visito. No gime, no ladra,
aquí mismo y ahora. Este sol del invierno se larga. Ese pobre animal
no tuvo tiempo de aprender a pedir, no tuvo tiempo de aprender llorar.
NOVENO SURA
No eres un dios encarcelado en una mueca de granito, de caliza ni de mármol.
Ningún dios que presuma de serlo podría decir que conoce su propia estatura
esculpida a la medida de los sumos sacerdotes y los miedos de la plebe.
Este círculo de fuego se renueva y continúa restregándome en la cara
la redondez de la luna, la redondez de la tierra, la redondez del presente.
Distinto de sí mismo el pobre perro, condenado a ser como otro cada vez que lo recuerde,
porque pude bautizarlo, cuando el dios de los opacos resplandores me mandaba.
Nosotros durmamos, soñemos, que queden a solas las cosas, que sean
aromas inestables impregnados en la piel de la memoria. ¡Que los árboles
no duermen! ¡Pues que el viento los torture, los cercene y los disgregue!
DÉCIMO SURA
Ese perro soñado ya es mío y es bueno. ¡Que muera por fin la mascota,
aquel agónico regalo de cumpleaños de la infancia, con su vida tan perfecta!
La memoria, que habría de ser ese dios comprensivo y que nunca lo fue,
que habría de ser el más fiel, pero nunca lo ha sido, es apenas
vibración imperceptible del azófar tras el vidrio, frente al cual nos preguntamos
por los sentidos de este canto: ¡Que el espejo convulsione para el hombre
y en su ausencia permanezca detenido! Ningún fiel que lo venere cambiaría
su ceguera, condición de santidad, por un retrato fidedigno del señor de sus plegarias.
Bebo de las fuentes que decoran mil ciudades decadentes y sinuosas.
¡Que venga la noche más larga de todas y en este desvelo construya su edén!
DÉCIMO PRIMER SURA
Escucho el lamento de todos los pájaros vivos y el eco de todos los pájaros muertos,
que parecen la obertura y el final de este concierto universal. Han vuelto todos,
con sus pechos pelirrojos, sus penachos renegridos. Nada llena el orificio del fantasma
mejor que los relámpagos, mejor que las tormentas, mejor que las catástrofes.
¡Basta, poetas, de pájaros, niños, lascivia, dulzuras y flautas de pan!
Canto solo y en mi canto soy la suma de los trinos, canturreos y gorjeos de las aves.
Las melodías de todos los mundos posibles tendrán que ajustarse a mi voz.
Llenaré las estaciones de una música soberbia, de incontables tesituras.
¡Cuánta gloria me es ajena, si pronuncio los apodos de mis padres:
Arte, poesía, belleza, sustancia, verdad, infinito, poiesis, catarsis, ad nauseam…!
DÉCIMO SEGUNDO SURA
Soy el demiurgo de este pájaro que observo, que responde a mi mirada con quietud.
Soy una estampida permanente de sustancias que conozco desde siempre.
De este desplumado animalejo, que ya olvido, soy el dios. Y las estrellas
se retraen sobre sí mismas y se apagan. Y las lunas de otros mundos
quizá se burlen de esta fálica, esta cruel declinación de mis sentidos.
Observémonos los unos a los otros como el dios que nos castraba
observando la arrogancia de su rostro en cada rostro que pensaba había creado.
Inmensidad de inmensidades y tan solo inmensidad: Nos enseñaron
que Dios nunca juega a los dados, pues juega a las cartas,
hace trampa y nos desfalca cada noche, en cada ocaso y cada sombra.
SURA INFINITO
El mundo entero se abriría para ti como una caja de Pandora si pudieras
observar con esperanza la estampida irrefrenable de los seres que te amaron.
El mundo es pura persuasión de los sentidos, porque apenas lo presientes,
ya lo pierdes, ya lo olvidas... ¡Regocíjate, habitante, de tu dulce ineficacia!
La vida pasa entre buscar sabiduría y preferir esta ignorancia saludable.
Yo también he separado todo cielo de la tierra y tamizado las arenas
de las aguas. ¡Este mundo, el don más puro, más allá de las imágenes,
la imagen absoluta! Mi universo que se expande y se contrae como un enfermo
corazón de este comienzo y un final, corazón de este comienzo y un final…
CÉSAR EDUARDO CARRIÓN, nació en Quito, Ecuador en 1976. Estudió Filología Hispánica en Madrid y Comunicación y Literatura en Quito. Fue Director de la Escuela de Lengua y Literatura de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Cursa el Doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Como editor, ha sido Miembro del Comité editorial de Ruido Blanco. Revista ecuatoriana de poesía, Quito, Consejo Nacional de Cultura, desde febrero de 2010 hasta febrero de 2012; Editor del libro Fulgor del instante. Aproximaciones a la poesía de Iván Carvajal, Quito, 2008; Miembro del Comité Editorial de País secreto. Revista de poesía y ensayo, que se editó en Quito desde junio de 2001 hasta noviembre de 2005. Ha publicado los libros de POESÍA: Revés de luz, Quito, Corporación Cultural Orogenia, 2006. (Ganador en 2007 de una Mención de honor en el concurso Jorge Carrera Andrade del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito); Pirografías, Quito, Gescultura, 2008 (Libro finalista del III Premio Internacional de Poesía Joven “La Garúa”, 2007); Limalla babélica, Quito, Eskeletra, 2009 (Mención de Honor del VI Concurso Nacional de Poesía César Dávila Andrade de 2008); Poemas en una Jaula de Faraday, Quito, Dirección de Educación y Cultura del Gobierno de la Provincia de Pichincha, 2010 (Primer lugar del Premio Provincia de Pichincha de Poesía 2010); Cinco maneras de armar un travesti, Arequipa-Perú, Cascahuesos Editores, 2011. Ha publicado los libros de ENSAYO: ‘La diminuta flecha envenenada’: en torno de la poesía hermética de César Dávila Andrade, Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2007; ´Habitada ausencia´: Historia y poética en la poesía de Javier Ponce, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2008.
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